El testimonio de la esperanza cristiana por parte de los padres es un elemento esencial en la transmisión de la fe a los hijos.
La virtud teologal de la esperanza (las otras dos virtudes son la fe y la caridad) no puede faltar en la evangelización familiar. A menudo se oye a los padres quejarse de las lamentables condiciones en las que viven muchos jóvenes (la promiscuidad sexual, las drogas, el consumo excesivo de alcohol, etc.). Pero además de intentar poner los remedios necesarios para solucionarlas, los padres debemos testimoniar la esperanza cristiana a los hijos que consiste en la total certeza de que la fe y seguimiento de Jesús hacen posible mirar el futuro con confianza, a pesar de las múltiples dificultades que se presentan a lo largo de la vida. Es transmisión de la esperanza cristiana nos obliga a los padres a revisar la fuerza y compromiso de nuestra propia fe: “la fe cristiana, ¿es también para nosotros ahora una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida? ¿Es para nosotros “performativa”, un mensaje que plasma de modo nuevo la vida misma, o es ya sólo “información” que, mientras tanto, hemos dejado arrinconada y nos parece superada por informaciones más recientes?”
De todos modos, el fracaso y las frustraciones son una parte inevitable de nuestra vida que los hijos habrán de afrontar con valentía siempre con la mirada puesta en Jesús: “Pero el esfuerzo cotidiano por continuar nuestra vida y por el futuro de todos nos cansa o se convierte en fanatismo, si no está iluminado por la luz de aquella esperanza más grande que no puede ser destruida ni siquiera por frustraciones en lo pequeño ni por el fracaso en los acontecimientos de importancia histórica. Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar”
Las alentadoras palabras del profeta Isaías en la liturgia del Tercer Domingo de Adviento deben servir de estímulo para experimentar el gozo de la esperanza cristiana: “Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: “Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará” (Isaías 35, 3 -4).
Por Robert Kimball el 1 de Enero de 2009
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